LO QUE REALMENTE ERA JESÚS ESTÁ MÁS ALLÁ DE LAS APARIENCIAS, PERO ESTABA SIEMPRE ALLÍ
TRANSFIGURACIÓN (6 de agosto)
Del santo evangelio según san Mateo 17, 1-9
En aquel
tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los
llevó aparte a una montaña alta.
Se
transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus
vestidos se volvieron blancos como la luz.
Y se les
aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra
y dijo a Jesús: —«Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas:
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Todavía
estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz
desde la nube decía: —«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo».
Al oírlo,
los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se
acercó y, tocándolos, les dijo: —«Levantaos, no temáis».
Al alzar los
ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando
bajaban de la montaña, Jesús les mandó: —«No contéis a nadie la visión hasta
que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
Aunque no sabemos cómo se fraguó este relato en la primera comunidad, debe ser muy antiguo, porque Marcos ya lo narra completamente elaborado. Una vez que descubrieron lo que Jesús era en la experiencia Pascual, trataron de encontrar la manera de comunicar esa vivencia que les había dado Vida. Para hacerlo creíble, lo adornaron con imágenes tomadas de la Escritura. Así disimulaban la ceguera que les había impedido descubrir quién era Jesús.
La manera de construir el relato quiere demostrar que, lo que descubrieron de Jesús después de su muerte ya estaba en él durante su vida, solo que no fueron capaces de apreciarlo. Jesús fue siempre lo que se quiere contar en este relato, antes de la muerte y después de ella. Lo que hay de divino en Jesús está en su humanidad, no está añadido a ella en un momento determinado. Este mensaje es muy importante a la hora de superar visiones demasiado maniqueas de Jesús con el fin de manifestar de manera apodíctica su divinidad.
Una vez que la exégesis ha demostrado que no se trata de un hecho real, nos vemos obligados a afrontar su explicación de forma completamente diferente a como se había hecho a través de los siglos. Al tratarse de un relato simbólico, debemos buscar el significado más allá de la literalidad de las expresiones. Esta nueva perspectiva nos dispensa de aceptar una puesta en escena por parte de Jesús que ni está de acuerdo con su estilo ni tiene ningún sentido como un intento de preparar a sus discípulos más cercanos para el mal trago de la pasión y muerte.
Esos símbolos están tomados de las teofanías del AT. Estas manifestaciones de la divinidad son experiencias personales que no se pueden meter en palabras ni conceptos. Por eso utilizan relatos mitológicos con los que intentan expresar lo inexpresable. Los primeros seguidores de Jesús intentaron, por todos los medios, convencer a los demás judíos de que Jesús era el Mesías. Para ello, el mejor camino era conectarle directamente con todo el AT. Si Jesús actuaba de acuerdo con lo dicho por sus Escrituras, sería una prueba de autenticidad.
Partiendo de que es un relato simbólico, nuestra tarea es desentrañar esos símbolos para descubrir lo que en realidad nos quieren comunicar. Sin tener en cuenta el lenguaje del AT no podemos dar un paso para explicar el significado de cada frase, incluso de cada palabra del relato. Todo son símbolos y como tales debemos desentrañarlos. El hecho de que todos sean símbolos, no disminuye en nada la profundidad del mensaje que nos quieren transmitir. Al contrario, el lenguaje bíblico nos lleva a una verdad distinta, pero más profunda.
Pedro, Santiago y Juan, los únicos a los que Jesús cambió el nombre. Era buena gente, pero un poco duros de mollera. Necesitaron clases de apoyo para poder llegar al nivel de comprensión de los demás. Los tres acompañan a Jesús en el huerto. Los tres son testigos de la resurrección de la hija de Jairo. Pedro acaba de decir a Jesús, que, de pasión y muerte, ni hablar. Santiago y Juan van a pedir a Jesús, en el capítulo siguiente, que quieren ser los primeros en su reino. Los tres demuestran que les costó dios y ayuda entender el mensaje de su Maestro.
La montaña alta, la nube, la luz, la voz, el miedo, son todos elementos que aparecen en las teofanías del AT. El monte es una clara referencia al Sinaí donde Moisés experimentó la mayor teofanía de todo el AT. La nube fue signo de que Dios los acompañaba, sobre todo en el desierto. La nube trae agua, sombra, vida. Los acompañaba de día y de noche: de día les daba sombra, de noche era luminosa. Los vestidos blancos son signo de la divinidad. La luz, la voz y el miedo acompañaban siempre a toda manifestación de Dios a su pueblo.
Moisés y Elías, además de ser los testigos de grandes teofanías, representan todo el AT, la Ley y los profetas. Significa que Jesús no se sacó su mensaje de la manga, sino que está en total acuerdo con las Escrituras. Lo que se intenta es manifestar el traspaso del testigo a Jesús. Hasta ahora, La Ley y los profetas eran la clave para descubrir la voluntad de Dios. Desde ahora, la clave de acceso a Dios será Jesús.
¡Qué bien se está aquí! Es una expresión muy significativa. Pretende hacernos ver que para Pedro era mucho mejor lo que estaba viendo y disfrutando en ese momento, que la pasión y muerte, que les había anunciado unos versículos antes Jesús para dentro de muy poco. Cuando les anuncia por primera vez la pasión, Pedro había dicho a Jesús: ¡Ni hablar! Eso no puede pasarte. Ahora se encuentra a sus anchas disfrutando de la gloria que está manifestando su Maestro y de la que están participando. El mismo afán de gloria que a todos nos acecha.
Vamos a hacer tres chozas. Pedro está en la “gloria” y pretende retener el momento. Pedro, diciendo lo que piensa, manifiesta su falta total de comprensión del mensaje de Jesús. Le ha costado subir, pero ahora no quieren bajar, porque se habían acercado a Jesús con buena voluntad, pero sin descartar la posibilidad de medrar. Al poner al mismo nivel a los tres personajes que está contemplando, Pedro niega la originalidad de Jesús. No acepta que la Ley y los profetas han cumplido su papel y están ya superados. La voz corrige esta visión de Pedro.
¡Escuchadlo! En griego, “akouete autou” significa escuchadle a él solo. A Moisés y Elías (la Ley y los profetas) llevaban mucho tiempo escuchándolos. Llega el momento de escucharle a él. El AT es el mayor obstáculo para escuchar a Jesús. Hoy lo son los prejuicios que nos han inculcado sobre Jesús. Escuchar es la actitud del discípulo. En el Éxodo, escuchar a Dios no es oír sus mensajes y aprenderlos de memoria sino obedecerle. La Palabra, que no solo oímos sino que escuchamos, nos compromete seriamente y nos arranca de nosotros mismos.
Lo importante no es que Jesús sea el Hijo amado. Lo determinante es que, cada uno de nosotros somos el hijo amado como si fuéramos único. Dios nos está comunicando en cada instante su misma Vida y habla en lo hondo de nuestro ser en todo momento. Esa voz es la que tenemos que escuchar. No tenemos que aceptar la cruz como camino para la gloria. No llegamos a la vida a través de la muerte. En la “muerte” está ya la Vida.
No contéis a nadie... Es la referencia más clara a la experiencia pascual. No tiene sentido hablar de lo que ellos, ni estaban buscando, ni habían descubierto. No sólo no contaron nada, sino que a ellos mismos se les olvidó. En el capítulo siguiente nos narra la petición de los primeros puestos por parte de Santiago y Juan. Pedro termina negándolo ante una criada. Hechos que hubieran sido impensables después de una experiencia como la transfiguración.